En esta entrada quiero hablar un poco de mí y de las influencias que he tenido como dibujante.
Nací en 1970 en Medina del Campo, población de 20.000 habitantes situada en plena meseta castellana al sur de Valladolid, a 160 km de Madrid, en el seno de una familia numerosa con varios hermanos y hermanas, en la cual mi padre era funcionario de correos, mi madre ama de casa, y los abuelos, ferroviarios ellos y amas de casa ellas.
Mi pueblo es conocido sobre todo por el castillo de la Mota, que lo dibujaría de todas las formas posibles, ya que la casa de mis padres tenía buenas vistas al mismo. Mi infancia fue más o menos tranquila, creciendo felizmente entre los pinares.
Estudié la educación primaria (EGB), en el colegio “Nuestra Señora de las Mercedes“; la enseñanza secundaria (BUP y COU), en el Instituto “Emperador Carlos“. Y la enseñanza universitaria, en la Universidad de Valladolid. Siendo en general buena estudiante.
Pero desde pequeña lo que más me gustaba fue siempre dibujar. Empecé a dibujar antes que a leer. En el colegio ya llenaba libretas y blocs con cualquier idea que se me pasara por la mente, a menudo en forma de historietas infantiles. Creo que tuvimos una gran suerte de haber podido disfrutar de tantos tebeos y tan variados.
Tod@s copiábamos a Francisco Ibáñez, que nos parecía “el mejor” (Mortadelo y Filemón, 13 Rue del Percebe…); o a Manuel Vázquez (Anacleto agente secreto). Eran mis favoritos de la editorial Bruguera, que a mí me divertían bastante más que los superhéroes de la Marvel. (De estos últimos, yo creía que era siempre el mismo hombre con distintos disfraces…)
Por otra parte, estaban muy presentes los animes japoneses infantiles de los 70 (Marco, Heidi, Mazinger Z, etc); la animación europea (La abeja Maya, Vicky el Vickingo, Érase una vez el Hombre…) y por supuesto la animación norteamericana clásica (Disney, la Warner). La televisión conformaba nuestras cabecitas.
Aparte de los dibujos animados y los tebeos, en mi casa había un pequeño libro de arte: “Cien obras maestras de la pintura”, que me gustaba verlo una y otra vez como si los cuadros contaran un extraño cuento… Unos me inspiraban alegría, como “El columpio” de Fragonard; otros me parecían muy enigmáticos (“La Virgen de Melun“), o bien me daban como pena (“Descanso en la huida a Egipto“, donde yo veía a una madre con su niño, abandonados en medio del bosque ellos dos solos). Recuerdo que había un cuadro que me aterrorizaba, y evitaba encontrármelo al pasar las páginas: “Niños bañándose en la playa”, de Joaquín Sorolla. Me asustaba verlos porque parecía que estaban en carne viva…. Y se reían! (Y es que en el libro había salido impreso con colores muy rojizos).
Así fue pasando mi infancia durante la Transición española y primeros años 80. Entre películas de Spielberg y películas de Ozores. Entre series americanas como Starsky y Hutch, y series españolas como Verano Azul. De todo un poco.
De niña yo quería ser arquitecta, porque me gustaba estudiar, dibujar, y hacer construcciones con el Tente. Otros juguetes a los que saqué mucho partido fueron el Telesketch, el cubo de Rubik, y cómo no, los primeros videojuegos como el Comecocos. No era especialmente fan de las muñecas, aunque algunas tuve, claro, como todas las niñas.
Terminé la EGB en 1984, mientras seguía un curso de dibujo por fascículos, de Orbis-Fabbri, algo que estaba muy de moda entonces. Aprendí bastante de composición, de teoría del color, anatomía, etc. Se basaba en el estudio concienzudo de cómo dibujaban los antiguos artistas. Me fue muy útil. De hecho se sigue vendiendo como “Curso autodidáctico de dibujo”.
Durante la adolescencia, abandoné las historietas mágicas que dibujaba de niña, para desarrollar más la técnica del dibujo, haciendo infinidad de copias o reproducciones de cualquier cosa que viera interesante, a menudo carteles publicitarios o bien fotografía (Robert Doisneau, Robert Mapplethorpe, Cartier-Bresson, Sebastiao Salgado, Cristina García-Rodero…).
Eran prioritarios los estudios, así que el dibujo realista lo aprovechaba para ilustrar esquemas, fichas, trabajos de clase, etc. Gracias al dibujo técnico afilé aún más la mirada: De esa manera inventé un estilo basado en los trazos, la síntesis, y el espacio en blanco. Sin color.
Entre las corrientes artísticas, me encantaba el modernismo (Alphonse Mucha, Antoni Gaudí, Ramón Casas, etc), y las figuras imposibles de Escher. También coleccionaba caricaturas de Loredano, y recortes de diseño gráfico de los 80.
Así continué, en esta tónica, en los años siguientes universitarios, mientras estudiaba Historia del Arte. Entonces aún se llamaba “Filosofía y letras”, porque los tres primeros años eran de materias de humanidades variadas (geografía, historia, filosofía, literatura, etc), y la especialización propiamente dicha era los dos últimos años, incluyendo asignaturas como Teoría de la estética, arqueología, arte precolombino, arte del siglo XVIII, historia del cine, música, etc.
Dibujaba mucho del natural, en la calle, tomando bocetos rápidos de lugares y escenas, normalmente a bolígrafo o plumilla. Dos de aquellos bocetos los presenté el último año de carrera en mi primera exposición colectiva, “Reunart 1995”, organizada por la cátedra de Historia del Arte: “Pasillo de la Facultad”, y “Biblioteca de Derecho”.
Aquélla fue la primera de muchas exposiciones de dibujo a bolígrafo que fui haciendo desde entonces, normalmente sobre paisaje urbano y patrimonio cultural, al tiempo que me formaba como diseñadora gráfica y me metía de lleno en el mundo de las nuevas tecnologías e Internet.
Desde 2000 me dedico profesionalmente a la ilustración y el diseño.
Si has llegado hasta aquí, ¡muchas gracias por leer ! 😉